sábado, 15 de agosto de 2020

MI HIJO Y COVID 19

 

31 de julio de 2020

 La casa grande y espaciosa está dividida.

Me duele el territorio dividido en dos espacios,

dejando la ausencia de mi hijo a la mesa grande,

sin el plato, sin la cuchara, sin la ensalada.

Se ha quedado vacía la silla en el mismo sitio.

Esta tarde, mi plato ha mirado el costado vacío.

Mi querido hijo, la puerta nos ha dividido,

callada, sin el leguaje de todos los días,

sin las preguntas de la investigación,

sin el Zeus en tu compañía,

sin el pasto verde y las piedras del camino.

Mi querido hijo, solito encerrado entre las ventanas,

entre tu soledad de la mañana, la tarde y la noche,

sin el desayudo, el almuerzo y la cena,

sin tu cuerpo de atleta, sin tus palabras,

sin tus ojos y tus manos dadivosas,

sin ella por la noche de tus visitas,

sin la bolsa blanca del pan cotidiano,

sin la amarra blanca de tu boca para la calle,

sin tu auxilio de la lejía a la puerta ancha,

sin las botellas blancas de todos los días,

sin los auxilios para tus hermanos a la hora de la llegada,

sin la esquina de las pesas de los días,

sin tu presencia en la cocina de la tía,

sin la tele para tus ojos cotidianos.

Cuántos días estarás ahí para ti mismo,

sin los demás,

sin tu madre y tu padre,

sin tus hermanos y la tía.

Ha llorado la camioneta por tu ausencia.

El Zeus te busca todos los días.

La esquina de la casa nos habla todos los días,

la mesa y tu silla dialogan con tu vacío del día y la noche.

Hijo querido, qué dice la comida dejada antes de tu puerta,

sin tocarla, sin dejar las manos sobre las manijas,

la comida sin la oración de todos unidos.

Mi hijo, eres fuerte y tenaz,

mientras yo me quiebro y desaparezco,

mientras mis ojos se zabullen en mi propio lago.  

    

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