El
burrito muere donde lo mates. Esta noche escribo esta parábola para los sabios
y los inteligentes del mundo.
En
mi tierra, yo conocí el Burrito, cuyos dueños habían muerto. Varios fueron los
dueños, varios dueños lo heredaron. El burrito era el mismo, solamente le
cambiaron la ropa; también los tiempos y los espacios cambiaron. Cambiaron los
jinetes.
El
primer dueño fue Manuel, el hombre muy maduro, solemne, preparado, de edad
avanzada; mejor dicho de buena experiencia. Lo atendía y lo trataba con mucho cariño,
con mucho gusto, aprecio y satisfacción, también paciencia; los vecinos veían
esta relación feliz, la aplaudían, quedaba sonando esta experiencia entre los
labios felices del pueblo; lo vestía elegante, de la mejor manera, cuidaba mucho
la elegancia. Manuel había preparado sus caronas, sobre su lomo asentaba su
silla muy bien trabajada; el bozal fue hecho para el aprecio y la bondad de la
gente inteligente. El Burrito de mi pueblo caminaba por el camino, todos los
días feliz, sintiendo el “peso liviano” de su dueño, cuyos zapatos elegantes tenían
las espuelas, pero nunca utilizadas. Don Manuel ha muerto, para todos,
desgraciadamente también para el Burrito de mi pueblo. Sus lágrimas han corrido
para abajo las curvas peludas de su cara humana y sensible; todos los vecinos y
amigos leían las desgracias escritas en las hojas de su cara.
El
Burrito de mi pueblo ha cambiado de dueño. Tobías lo ha comprado por buen
precio, ha pagado más de lo suficiente. Ha cambiado de dueño otra vez. Ahora el
dueño es un hombre muy joven, lleno de energías, totalmente robusto, también ejecutivo,
talentoso, lleno de la admiración del pueblo. Lo ha montado por primera vez, lo
ha sujetado levantando el bozal y lo espoleado sin decirle nada, sin decirle
una sola palabra, sin marcarle el paso. El Burrito de mi pueblo, se ha quedado totalmente
nervioso, sin comprender las órdenes de su nuevo dueño, sin entender el mensaje
de su nuevo dueño, desgraciadamente sin entender si debe marcharse o quedarse
parado, solamente con el dolor de las espuelas. Infelizmente, esta relación se
constituyó en una constante. El Burrito de mi pueblo debía acostumbrase al
nuevo dueño, lejos de las experiencias pasadas, sin las exigencias matutinas y
las caricias cotidianas del primero. Pasaron varios años escritos y leídos en
el historial, murió Tobías en un accidente terriblemente atroz. Otra vez, el Burrito
de mi pueblo huérfano de dueño, con las caronas, la silla y el bozal, ya viejos
y desgastados por los años y los descuidos de su dueño, totalmente opuestos a los
recuerdos felices del primer dueño. Cuando estas piezas de mudanza quedaban
sobre el piso frío y desgastado, el Burrito de mi pueblo las olía y las lamía, pues
parecía que se habían quedado las manos, el aliento y las manos del primer
dueño. No quería retirarse de esta compañía invisible, totalmente feliz para el
recuerdo, la satisfacción y la vida.
Todavía
quedaba intacta la vida del Burrito de mi pueblo. Otro dueño a la vista y la
paciencia de los entendidos. Ha llegado el tercer dueño. ¿Quién será? ¿Hombre o
mujer? ¿Joven o adulto? ¿Sabio o ignorante? La gente de mi pueblo especulaba y
especulaba, mucho especulaba la gente. Finalmente, apareció el otro dueño del Burrito
de mi pueblo. Manuela era la nueva dueña, una mujer elegida entre todos los
hombres, en medio de la cultura de los hombres protagonistas, cuya ausencia de
la mujer todavía era una constante, mucho mejor para muchos hombres defensores
de la sociedad y la patria.
– Las mujeres… las
mujeres no montan un Burrito, ahora ¿qué pasará? –decían los vecinos.
– En clara y visible
defensa, siempre las mujeres son más inteligentes que los hombres –replicaban
otras mujeres enérgicas e inteligentes.
– Por otro lado y
felizmente, las mujeres actúan a tiempo, con inteligencia y con más energía
–coreaban los demás.
– En este tiempo de
cambios y progresos, el mundo se mueve por la energía fina y la voluntad de las
mujeres –decía otros simpatizantes
– Desgraciadamente, las
mujeres todavía en esta sociedad no han tenido la oportunidad de los hombres –sonaban
algunas voces tímidas en los labios de mujeres ubicadas muy bien en el tiempo.
Manuela
lo ha mudado al Burrito de mi pueblo. Con mucha paciencia y satisfacción,
Manuela ha pagado y ha conservado la higiene y la salud del Burrito. Ahora
tiene un nuevo vestido. Parece otro. Solamente lo cuida, pero no lo monta,
otros lo montan. El Burrito de mi pueblo ya no sabe quién es su dueño, si los
que lo montan o Manuela. Un día, el Burrito de mi pueblo y un joven, los dos,
salieron a la calle; el joven jinete lo hizo girar en dirección equivocada,
totalmente brusca y se estrellaron contra el volquete del Municipio, murieron
al instante. La gente se alarmó mucho, los comentarios crecieron mucho, en las
voces de hombres y mujeres, de jóvenes y adultos, mucho más en las voces de los
más cercanos. Una voz anónima se extendía y coronaba el escenario: la
imprudencia y la intolerancia dejan la sangre y la muerte sobre las calles. El
mundo necesita sabios, muchos sabios.
(Lima,
19 de octubre de 2013)