martes, 21 de junio de 2016

EL BURRITO DE MI PUEBLO

(Salomón Vásquez Villanueva)

El burrito muere donde lo mates. Esta noche escribo esta parábola para los sabios y los inteligentes del mundo.
En mi tierra, yo conocí el Burrito, cuyos dueños habían muerto. Varios fueron los dueños, varios dueños lo heredaron. El burrito era el mismo, solamente le cambiaron la ropa; también los tiempos y los espacios cambiaron. Cambiaron los jinetes.
El primer dueño fue Manuel, el hombre muy maduro, solemne, preparado, de edad avanzada; mejor dicho de buena experiencia. Lo atendía y lo trataba con mucho cariño, con mucho gusto, aprecio y satisfacción, también paciencia; los vecinos veían esta relación feliz, la aplaudían, quedaba sonando esta experiencia entre los labios felices del pueblo; lo vestía elegante, de la mejor manera, cuidaba mucho la elegancia. Manuel había preparado sus caronas, sobre su lomo asentaba su silla muy bien trabajada; el bozal fue hecho para el aprecio y la bondad de la gente inteligente. El Burrito de mi pueblo caminaba por el camino, todos los días feliz, sintiendo el “peso liviano” de su dueño, cuyos zapatos elegantes tenían las espuelas, pero nunca utilizadas. Don Manuel ha muerto, para todos, desgraciadamente también para el Burrito de mi pueblo. Sus lágrimas han corrido para abajo las curvas peludas de su cara humana y sensible; todos los vecinos y amigos leían las desgracias escritas en las hojas de su cara.
El Burrito de mi pueblo ha cambiado de dueño. Tobías lo ha comprado por buen precio, ha pagado más de lo suficiente. Ha cambiado de dueño otra vez. Ahora el dueño es un hombre muy joven, lleno de energías, totalmente robusto, también ejecutivo, talentoso, lleno de la admiración del pueblo. Lo ha montado por primera vez, lo ha sujetado levantando el bozal y lo espoleado sin decirle nada, sin decirle una sola palabra, sin marcarle el paso. El Burrito de mi pueblo, se ha quedado totalmente nervioso, sin comprender las órdenes de su nuevo dueño, sin entender el mensaje de su nuevo dueño, desgraciadamente sin entender si debe marcharse o quedarse parado, solamente con el dolor de las espuelas. Infelizmente, esta relación se constituyó en una constante. El Burrito de mi pueblo debía acostumbrase al nuevo dueño, lejos de las experiencias pasadas, sin las exigencias matutinas y las caricias cotidianas del primero. Pasaron varios años escritos y leídos en el historial, murió Tobías en un accidente terriblemente atroz. Otra vez, el Burrito de mi pueblo huérfano de dueño, con las caronas, la silla y el bozal, ya viejos y desgastados por los años y los descuidos de su dueño, totalmente opuestos a los recuerdos felices del primer dueño. Cuando estas piezas de mudanza quedaban sobre el piso frío y desgastado, el Burrito de mi pueblo las olía y las lamía, pues parecía que se habían quedado las manos, el aliento y las manos del primer dueño. No quería retirarse de esta compañía invisible, totalmente feliz para el recuerdo, la satisfacción y la vida.
Todavía quedaba intacta la vida del Burrito de mi pueblo. Otro dueño a la vista y la paciencia de los entendidos. Ha llegado el tercer dueño. ¿Quién será? ¿Hombre o mujer? ¿Joven o adulto? ¿Sabio o ignorante? La gente de mi pueblo especulaba y especulaba, mucho especulaba la gente. Finalmente, apareció el otro dueño del Burrito de mi pueblo. Manuela era la nueva dueña, una mujer elegida entre todos los hombres, en medio de la cultura de los hombres protagonistas, cuya ausencia de la mujer todavía era una constante, mucho mejor para muchos hombres defensores de la sociedad y la patria.
  Las mujeres… las mujeres no montan un Burrito, ahora ¿qué pasará? –decían los vecinos.
 En clara y visible defensa, siempre las mujeres son más inteligentes que los hombres –replicaban otras mujeres enérgicas e inteligentes. 
  Por otro lado y felizmente, las mujeres actúan a tiempo, con inteligencia y con más energía –coreaban los demás.
  En este tiempo de cambios y progresos, el mundo se mueve por la energía fina y la voluntad de las mujeres –decía otros simpatizantes
 Desgraciadamente, las mujeres todavía en esta sociedad no han tenido la oportunidad de los hombres –sonaban algunas voces tímidas en los labios de mujeres ubicadas muy bien en el tiempo.
Manuela lo ha mudado al Burrito de mi pueblo. Con mucha paciencia y satisfacción, Manuela ha pagado y ha conservado la higiene y la salud del Burrito. Ahora tiene un nuevo vestido. Parece otro. Solamente lo cuida, pero no lo monta, otros lo montan. El Burrito de mi pueblo ya no sabe quién es su dueño, si los que lo montan o Manuela. Un día, el Burrito de mi pueblo y un joven, los dos, salieron a la calle; el joven jinete lo hizo girar en dirección equivocada, totalmente brusca y se estrellaron contra el volquete del Municipio, murieron al instante. La gente se alarmó mucho, los comentarios crecieron mucho, en las voces de hombres y mujeres, de jóvenes y adultos, mucho más en las voces de los más cercanos. Una voz anónima se extendía y coronaba el escenario: la imprudencia y la intolerancia dejan la sangre y la muerte sobre las calles. El mundo necesita sabios, muchos sabios.
(Lima, 19 de octubre de 2013)